Escribo este newsletter con una bolsa de hielo en las bolas. El sábado me hicieron la vasectomía en una sala de procedimientos blanca blanca blanca donde solo había:
–1 camilla roja
–1 mesa metálica llena de instrumentos quirúrgicos
–1 radio
–3 mujeres (dos auxiliares y una uróloga)
“Bien pueda acuéstese”, me dijo una. Me acosté. Escuchaban Rocío Durcal en La Voz de Colombia y tarareaban la canción mientras preparaban la jeringa de la anestesia y el alicate diminuto con el que me iban a atender. Allá afuera era un mediodía hermoso. Después de los chuzones, cuando la doctora me empezó a cortar, una de las auxiliares informó que no llegaron once de los cincuenta registrados para ese día. La uróloga, sin dejar de apretarme allá abajo, se quejó: “Los hombres de hoy ya no son como los de antes que sí cumplían, que tenían palabra. Los hombres de antes pactaban negocios con la mano bien puesta en las bolas”. En serio. No dijo con la mano puesta en el corazón o en la biblia o en cualquier otro lado. En-las-bolas. Las mismas bolas que ella me estaba jubilando a los 35. Diez de diez en coherencia de personaje. “Pero bueno”, continuó, “solo faltaron once: en Pereira son peores. ¿Y cuántos nos quedan?”. “Este es el 27”, respondió la asistente, como si “este” no estuviera ahí. Yo las escuchaba bocarriba, miraba inmóvil la lámpara del techo y retorcía los dedos de los pies cada vez que sentía las pinzas. Al fin todo terminó en cuestión de dos canciones, no más de diez minutos. “Listo, ya puede pasar a la sala de recuperación”, dijo la doctora. Me levanté despacio, como tratando de medir las dimensiones de mi transformación (uno se baja otro de esa camilla). Aunque todo fue tan impersonal, estaba agradecido. Mientras me alejaba me despedí con un poquito de ironía cómplice. “Aquí se va el 27”, les dije con tono de “pronto terminan”. Volteé a mirar qué cara hacían, pero ya me habían olvidado. La doctora anotaba algo en la tablet y mascaba chicle. Cero resentimiento: han pasado casi dos días y hasta ahora no hay dolor. Qué más puedo pedir.
En fin, este correo no era para hablar de eso. Escribo porque en mi recuperación he leído varios newsletters buenísimos (todos en Substack). Los tenía pendientes en mi bandeja de entrada, y después de leerlos pensé que quizás a ustedes les resulten valiosos también. Entonces sin más rodeos, acá van.
1. Atemporal, de Andrés Acevedo
Andrés escribe semanalmente. Me gustan sus ensayos cortos sobre la historia de Colombia, sobre lo que aprende durante la producción de su podcast, sobre el proceso creativo en general. Este número sobre los tradeoffs me dejó pensando por días.
2. Elogio a la cotidianidad, de Carolina Chavate
Carolina lleva años escribiendo sobre su vida creativa. Los talleres que organiza son un éxito. En este newsletter se permite un grado de intimidad que cae muy bien. Últimamente se ha estado preguntando sobre las fronteras sutiles entre el duelo y el amor. Su último envío “Hacer sentido sintiendo” está potente.
3. Historias sencillas, de Federico Ríos
Este es el primero de dos conflictos de interés en esta lista, pero no por eso voy a dejar de recomendarlo. Federico Ríos es fotógrafo –recientemente finalista del Pulitzer– y tiene un newsletter en el que cuenta las historias que no puede contar en los medios con los que trabaja. Es una mirada fascinante al detrás de cámaras. En su último número cuenta, por ejemplo, cómo quedó flechado por el Amazonas desde la primera vez que lo vio, y por qué desde entonces la selva lo persigue de maneras misteriosas. Es “conflicto de interés” porque soy el editor de este newsletter. Espero que eso signifique algo bueno.
4. Perder el hilo, de Juliana Muñoz
Conozco el trabajo de Juliana desde hace más de una década, cuando yo trabajaba en una editorial independiente (Tragaluz) y publicamos uno de sus primeros libros (o quizás el primero). Ahora es una escritora de tiempo completo y este newsletter es un espacio que acompaña bien su obra. Me gusta cómo Juliana hila diferentes intereses: la escritura, la lectura, el tejido, el yoga, la música, los podcasts. Empiecen por su oda al llanto.
5. Solaris, de Jorge Carrión
Jorge es un escritor prolífico y multifacético: escribe igual novelas, como guiones de televisión, podcasts, ensayos o ciencia ficción. Este correo, que es un spinoff de su podcast Solaris, trae unas recomendaciones de libros, podcasts, series de televisión que casi siempre dan en el clavo de mi interés.
6. Un galgo o algo, de Lucas Vargas
Estudié periodismo con Lucas entre 2007 y 2012. Casi todos esos años me mortificaba en secreto que él escribiera tan bien y yo… pues yo sentía que lo mío era un desastre. Hoy lo leo con la misma admiración, y ha sido bonito ver cómo la envidia se convirtió en gratitud. Les recomiendo mucho “El artilugio incandescente”, su último envío, que llegó ayer domingo y me encantó.
7. Felisa, de Laura Restrepo
Este es el segundo conflicto interés de la lista. Es la recomendación más sesgada y más amorosa de todas. No porque Laura sea mi pareja creo que mi criterio sea menos exigente. Es una cantante tremenda, lleva una vida intensa y atenta, y escribe siempre con verdad. En este número contó sobre el nacimiento de nuestra tercera hija. Mucha mucha belleza acá. Y sus recomendaciones de música y podcasts son buenísimas.
8. Recalculando, de Ignacio Pereyra
Nacho es periodista argentino, vive en Grecia y tiene dos hijos pequeños. Este newsletter tiene un énfasis en paternidad que me ha servido muchísimo. Sus reflexiones sobre la paternidad terminan siendo ejercicios para reimaginar la masculinidad y el ser hombres. Muy recomendado.
9. Digresiones abiertas, de Simón Villegas
Este newsletter apenas comienza, lleva tres números, cada uno mejor que el anterior. Soy fan de la escritura sobre la escritura: llevo una vida entera tratando de articular por qué me importa tanto la palabra precisa, y cómo escribir, algo que me ha regalado momentos de gracia, también puede ser un tormento. "Escribir es no escribir”, el número más reciente del newsletter de Simón, es una buena aproximación a esas preguntas íntimas de quienes creemos que “primero fue la palabra”.
Muchos colombianos en las recomendaciones. Otro sesgo inevitable. ¿Me recomiendan más newsletters en español? Estoy disfrutando esta forma de aprovechar el tiempo en pantallas: la correspondencia con personas que deciden esquivar el ruido de las redes sociales y que cultivan ideas estimulantes con su escritura.
Espero que disfruten las recomendaciones. Si son útiles, sigan regando la voz. Así ayudan a que los newsletters crezcan y a que quienes los hacen puedan dedicarse más tiempo a ellos.
Gracias por leer hasta acá. Ya se me derritió el hielo.
Jorge.
Gracias por las recomendaciones 🫀
Qué dulzura estar aquí, qué sonrisa me sacaste, qué hermosura leernos, amigo. Me parece otro nivel de la amistad: leernos unos a otros. Gracias y gracias por las recomendaciones de los otros