Aprender a morir
¿Quién muere cuando muere el cuerpo? Mi primer correo sobre prácticas para disponernos a lo que más nos enseñaron a temer.
A veces, cuando voy a meditar, hago un ejercicio con la imaginación. Cierro los ojos y veo una esfera diminuta en mi entrecejo. Inhalo y se expande lentamente. Exhalo y observo cómo me contiene: estoy ahí, sentado en la habitación, envuelto en ella como en una burbuja. Inhalo y se expande un poco más. Exhalo y observo ahora cómo rodea la casa, el bosque. Inhalo. Exhalo. Después de varios ciclos veo cómo la esfera alberga la tierra con su día y con su noche, el sol iluminando su propio abismo. Inhalo. Exhalo. Lo que en algún momento parecía enorme –esas estrellas masivas que alumbran planetas como polen–, se va tornando diminuto, hasta que solo quedan punticos de luz intermitentes en el interior de esa esfera que... Inhalo. Exhalo.
Cuando ya no hay más que vacío, empiezo a regresar. Pero no lo hago imaginando que la esfera se contrae. Hay otra posibilidad. Inhalo y dejo que se expanda todavía más. Entonces intuyo la presencia de una partícula suspendida en esa oscuridad. Es más grande, casi infinitamente más grande, que las galaxias del otro tiempo. Tan grande que no puedo verla completa. Inhalo. Exhalo. Orbito en sus contornos, descubro que no es la única. Son muchas, como granos de arena negra separados por una eternidad. Inhalo y exhalo. Las partículas empiezan a moverse y a configurar las formas de mi cuerpo: la columna y la estructura ósea, el corazón colgando en el pecho, los pulmones y los demás órganos, el centro de mi entrecejo en el que hay una esfera diminuta. Inhalo. Exhalo. Afuera. Adentro. Suelto la respiración y puede que esta vez no imagine nada.
Las prácticas espirituales que me atraen y a las que me dedico con más o menos disciplina son esas en las que siento que aprendo a morir. Empecé a meditar en 2013. Estaba en crisis después de terminar una relación de tres años y pasaba los días en esa zona gris entre el no me importa nada y el tal vez necesito ayuda. Estaba exhausto. Me sentía atrapado en los mismos patrones mentales, en una repetición incesante de miedos. Y me frustraba que la razón no me servía de alivio. Por el contrario, pensar en mis problemas solo enredaba más el nudo. Llevaba años en ese bloqueo, hasta que llegué a un punto en que no daba más. Quería dejar de ser. Quería dejar de ser yo.
Por esos días empecé a leer I Am That, un libro de conversaciones con Nisargadatta Maharaj. Nisargadatta era un vendedor de tabaco en Bombay, India, que un día dejó todas las tiendas que tenía para seguir a un maestro y dedicarse a la búsqueda espiritual. Años después, en los sesenta y setenta del siglo pasado, terminó siendo un sabio al que visitaban personas de todo el mundo en el segundo piso de su casa. El libro me expuso por primera vez al pensamiento vedanta advaita, o de no dualidad. La premisa es simple: “Todos tus problemas surgen porque te has definido y, por eso mismo, te has limitado a ti mismo”, dice Nisargadatta. Según él, el ser no tiene límites: uno es lo que es, y asimilar esa verdad provoca la muerte del ego, la liberación en vida.
“Puedes morir cien vidas sin que se interrumpa tu agitación mental. O puedes conservar tu cuerpo y morir únicamente en la mente: la muerte de la mente es el nacimiento de la sabiduría”, dice Nisargadatta. Y, en mis ganas de resetearme, esa promesa resultó atractiva. Todas las mañanas leía un capítulo, pero lo anotaba con escepticismo. Eso de “no soy yo, soy todo” me parecía una fórmula facilista para vivir en negación. Y lo es, si se queda en lo verbal. Nisargadatta se lo advierte una y otra vez a sus interlocutores: “No le pidas a la mente que confirme lo que está más allá de ella. La experiencia directa es la única confirmación válida”. Y también aclara que no hay un manual de instrucciones para desidentificarse del ego. Cada quien, con sus afinidades y circunstancias, emprende el camino a su manera. Él solo invita a practicar un ejercicio: meditar constantemente alrededor de la pregunta “¿quién soy?”. El libro se ganó mi confianza y quise intentarlo. Me senté cómodo, cerré los ojos, y empecé a respirar.
Preguntándome quién soy, me he dado cuenta de la cantidad de ideas a las que me aferro (¿quién se aferra?) y defiendo (¿quién defiende?) por miedo a existir sin ellas. Entre otras, me he apegado a las ideas de “ser hombre”, “ser productivo”, “ser buen amante”, “ser exitoso profesionalmente”, “ser escritor”... Incluso me he descubierto haciéndole guardia a la imagen de serenidad o tranquilidad que algunas personas ven en mí. Cada una de esas máscaras tiene motivaciones y necesidades que muchas veces desconozco, pero dirijo gran parte de mi energía a proteger el modelo mental que representan: que cambie todo, menos yo. Es un delirio. Como una estatua de sal que pretende cruzar el río y llegar intacta a la otra orilla.
Nisargadatta dice que la práctica de yoga consiste en la búsqueda constante de aquello que hay que soltar. Y se supone que ser consciente del apego a esos modelos facilita descartarlos. Pero fácil no es. En mi caso, empecé a practicar con la expectativa ingenua de soltar únicamente lo que me afectaba y conservar lo que me resultaba útil o placentero. Era el ego quien dirigía la búsqueda: “quiero que desaparezca el perfeccionista en mí, también el saboteador, pero por favor púleme el contemplativo y resalta un poco al generoso”. Y obvio así no funciona, esto no es como ir al salón de belleza. El ego y el espíritu no hacen transacciones. Luego entendí que si uno no está dispuesto a ponerlo todo en juego, a morir completo, no va a resolver nada.
Llevo ocho años practicando, y muchos de esos modelos mentales siguen operando en mí. Pero lo transformador en este tiempo de meditación ha sido cultivar esa disposición a la muerte: el gesto de rendirse y dejar que la vida ocurra sin que haya un individuo tras las riendas. “La madurez espiritual”, explica Nisargadatta, “consiste en estar listo para desprenderse de todo. Y desprenderse es el primer paso, pero el verdadero desprendimiento está en comprender que no hay nada de qué desprenderse, porque nada te pertenece”. Evidentemente no estoy ahí, pero sirve mucho tener un norte.
Dicen que uno no puede hablar de la meditación. No porque sea un secreto, sino porque es una consciencia ajena a cualquier discurso y lenguaje. Apenas se nombra, desaparece. La mayoría de las veces en las que me siento a meditar, solo me quedo en concentración: observando tranquilo el malabarismo de la mente. Pero a veces se da. De golpe la atención se aleja de las ideas y solo existe eso que, supongo, es independiente del tiempo, del cuerpo, del sentido, del poder. Es ser la posibilidad de posibilidades, es como asomarse a esa muerte de la mente que menciona Nisargadatta. Y, cuando uno “vuelve”, lo que existe refleja otra luz: el mundo aparece más frágil y efímero, y por lo mismo hay más gratitud y sorpresa al presenciarlo.
Eso que algunos buscamos con la meditación también se puede practicar de otras formas. Yo resueno con el espíritu crítico del advaita y con esa curiosidad por percibir sin tiempo ni espacio, pero conozco personas que aprenden a morir desde el servicio incondicional a otros, desde el arte y la imaginación, desde la devoción, desde las manualidades, desde la actividad física, desde los psicodélicos, desde el cuidado a la tierra…
Honrar la propia muerte y disponerse a ella es una afirmación de la vida, es aceptarse como parte de una rueda de transformaciones (y también como el eje de esa rueda). Pero nos han enseñado a tenerle tanto miedo que terminamos por explorarla solapadamente a través de otros. Elias Canetti escribió sobre el sobreviviente, ese personaje que habita en casi todos y que, por negar y huirle a su muerte, termina obteniendo placer al ver cómo el mundo se extingue a su alrededor y él (todavía) no. Es, a gran escala, el dolor que estamos provocando en el planeta, y no va a parar hasta que cada individuo se haga cargo del suyo propio.
Uno descansa tanto cuando en vez de afanarse por permanecer se dedica a contemplar. Quizás un día uno deje de ser “uno” y tenga la oportunidad de seguir presenciando la vida a través de este cuerpo humano. Como lo sintió Rilke:
A todo ser lo abarca un solo espacio: el espacio
interior del mundo. Silenciosas, las aves vuelan
a través de nosotros. Oh, quiero crecer,
miro hacia afuera y está en mí creciendo el árbol...
Practico para eso.
Recomendaciones
La meditación se facilita con ejercicios previos. Ayudan mucho las posturas de yoga y algunas técnicas de respiración. Te dejo la información de profes con quien he aprendido y que recomiendo. Todos tienen opciones virtuales.
Ángela Higuera
Ángela fue mi primera profe y agradezco muchísimo que haya sido ella quien me introdujo al yoga. Hace un par de años diseña cursos y talleres para despertar la energía femenina. He escuchado muy buenos comentarios sobre su serie ‘Mujer kundalini’.Esteban Augusto
Esteban se ha dedicado a formar profesores de yoga en Colombia desde hace más de una década. Revisa su blog si quieres profundizar más en los principios del yoga. Y, si estás en Medellín, busca la forma de practicar con él.Andrei Ram
Andrei es una inspiración de todos los días. Si alguien me pregunta con quién profundizar su práctica de yoga, le sugiero que busque a Andrei. He hecho sus dos formaciones de Hatha Raja Yoga y son transformadoras. En su página puedes comprar un curso introductorio, que incluye posturas, ejercicios de respiración y meditaciones guiadas. Se llama Kit de resiliencia yogi.
Y como en este correo no puede faltar música, te dejo una playlist que llevo haciendo por años para acompañar algunas de mis prácticas.
Eso es todo por ahora. En dos semanas viajaré a Estados Unidos con Laura y Aviva. Nos ganamos una Nieman Fellowship para estudiar un año en Harvard. Imagínate la felicidad y la emoción. En el próximo correo te contaré más sobre lo que estudiaré y lo que me gustaría hacer cuando regrese a Colombia.
P.S. Tengo planeado seguir escribiendo sobre la muerte desde otros ángulos. Por ejemplo desde los psicodélicos, o desde el acto de escuchar. Es un tema que me interesa y que es un centro gravitacional de este newsletter. Pero también me gustaría leerte, que se abra una conversación entre nosotros. ¿Cómo resuena este correo en ti? ¿En qué momentos sientes que eres más que mente? ¿Hay algo sobre este tema que me quieras recomendar: un libro, una peli, un podcast? Puedes responderme este correo o dejar un comentario. Yo feliz de leerte y respoder de vuelta apenas pueda.
Muchas gracias por leer afueradentro.
Me llegó en el momento que lo necesitaba. Todavía estoy en procesamiento y reflexión. El apego es muy grande y mi control está en entender porqué. Creo que se control es el apego y el ego aferrado 😪
También me ayuda responderte. Que difícil es crecer
Jorge! Tremendo escrito. Creo no estar en un momento difícil, pero me has hecho reflexionar un montón. Es difícil llegar al entendimiento de que nada nos pertenece y perderlo hace que sea doloroso. Voy a investigar las fuentes propuestas. Mil gracias! Sigue escribiendo lo hacer super bien!