"Una cosita de nada"
La historia de una frase –trece palabras– que me mostraron que tengo que reaprender a amar.
Desde hace dos años tengo un archivo en Notes donde anoto los malabares que hace mi hija mayor con el lenguaje.
En él hay preguntas…
“¿Quién es la mamá del río?” “¿Cómo es una ‘cosita de nada’?” “¿El mar duerme?” “¿Dónde están los feos?” “¿Los muertos comen tierra?”
También hay frases que aparecen de repente, muchas veces sin contexto, y que son ventanas a un mundo interno de asociaciones misteriosas…
“Mi nube espacial es azul”, “Mira mis manos de agua”, “Lávame el dolor”, “Cuando yo existí, existieron las flores”, “Imagínate un restaurante que se llame Chucha Perra y que solo den lechuga”.
Aviva tiene cuatro años y una relación especial con el lenguaje. Dijo “mamá” a los cinco meses y desde entonces no ha parado. Nos hace reír a diario con sus remezclas, esa osadía inocente que toma las palabras, les da tres vueltas, y las pone a decir lo que ella quiere. Pero hace un par de semanas hizo un comentario que rompió la costumbre y nos dejó mudos. Laura y yo estábamos en la habitación con ella, conversando de cualquier cosa, cuando abrió con su frase típica:
–Mami, ¿sabes qué?
–Dime, Avi…
–Antes de que yo naciera, cuando todavía no era nada, yo te amaba.
–…
Uno a veces lee o escucha mal algo y, por error, termina creando significados más ricos de los que tiene al frente. Para estar seguro de que había escuchado lo que creí haber escuchado, le pedí a Avi que repitiera. Y lo volvió a decir con la naturalidad de un ángel: “yo amaba a la mamá desde antes de nacer”.
¿Uno cómo responde a eso? Laura la abrazó, y yo quedé ensimismado en el borde del colchón. Aviva siguió con lo suyo como si nada… ahí nos dejó para que, un mes después, siguiéramos procesando.
En uno de sus poemas póstumos, Rilke muestra la paradoja que emerge cuando alguien declara amor. Desde las cumbres del corazón se ve “el último lugar de las palabras”.
Expuesto sobre las cumbres del corazón. Mira, qué pequeño, arriba, mira: el último lugar de las palabras, y más arriba, qué pequeña también, aún la última morada del sentimiento. ¿La reconoces? [...]
El amor, ese territorio donde las palabras levantan su campamento antes de desaparecer. Queda su sonido, su vibración, pero ellas ya no están ahí: amar las absuelve en un silencio pleno, en el único significado que no necesitan contener. Amar lleva a la frontera de lo inexpresable. Quien dice el amor rompe un conjuro: ya no es “uno”, ya no es (ni está) sujeto, y se funde en lo que nombra. No hay gramática que soporte ese sinsentido. Es un milagro que alguien sobreviva después de declarar su amor.
¿Muy abstracto? No es pensamiento, es una experiencia. En esta ocasión ocurrió a través de una niña que a los quince minutos salió a hacer bolitas de pantano en el patio.
Estudio la declaración de Avi –“antes de nacer, yo te amaba”– como un joyero. Parece simple, liviana, se puede coger con dos dedos. Pero bajo la lupa se revelan sus mil caras. Me interesa, sobre todo, explorar cuál es el “yo” que se expresa en ella, a qué amor se refiere y cómo lo vive.
Hasta ahora no tengo respuestas. Pero en el proceso me he dado cuenta de lo limitado que es mi imaginario del amor. Suelo entenderlo como “algo” que se encuentra allá afuera –en otra persona, en un oficio, en ciertas experiencias-. El amor en esta cultura suele estar en función de una acción, se busca, se construye, se cultiva, se hace, se acaba. Incluso eso que llaman “amor propio” es un no sé qué que supuestamente hay que desentrañar en uno. Hasta hace nada, daba por hecho que el amor es casi una función biológica, algo que se nos da, así como el riñon filtra la sangre o el mango da mangos. Y quizás no, quizás mucho de lo que he llamado amor durante mi vida es un sistema de creencias, una ideología que se sostiene sobre varias suposiciones, entre ellas que el sujeto existe (el “yo” como entidad cerrada, separada del mundo); o que hace falta un movimiento para que el individuo y el amor se encuentren y reaccionen.
Es una ideología tan naturalizada que cuesta pensar por fuera de ella. Ni siquiera quienes están tratando de actualizar las maneras de relacionarnos romántica o sexualmente –el poliamor y sus variaciones– escapan al condicionamiento: entendemos el amor como un resultado de relaciones que se eligen. Es un amor que empieza y termina en el individuo, que discrimina, que se consume.
La frase de Avi presenta otra experiencia: el amor es. No está en algún lugar, no tiene coordenadas. Todo lo que aparece en la consciencia es amado, porque la consciencia es el amor. I Am Loving Awareness, dice Ram Dass.
Cuando Avi dice “desde antes de nacer, yo te amaba”, ese yo no está condicionado por sus circunstancias. No habla el yo de una niña de cuatro años que vive en la montaña, le gustan los vestidos y detesta que la peinen. No es un yo que obedece a este tiempo y este espacio. Es el yo de la consciencia del ser, de eso que siempre ha sido y seguirá siendo, eso que nos abarca y atraviesa. Ese día habló a través de ella el yo que es, simultáneamente, amor, amante y amado.
“El amor es el mismo, lo que varía es la sabiduría que lo acompaña”, dice Lama Rinchen en este episodio de su podcast. Alienta recordar que ese amor eterno, el que ocurre sin esfuerzo ni interrupciones, el que no depende de nada, no es una experiencia exclusiva de monjes (o de niños). Se puede practicar, se pueden ir soltando las capas de ignorancia que hemos acumulado creyendo que amamos desde el individuo, desde el ego, o que el arco del amor es el de una película de Disney.
Hay una práctica budista (y yogui) que se conoce como “los cuatro inconmensurables”. Es un ejercicio potente para conocer y vivir el amor incondicional. En resumen, si uno cultiva amistad o bondad hacia quien es feliz; compasión por el infeliz; alegría o deleite por el virtuoso, y ecuanimidad por quienes hacen daño; así se acerca a una mente dulcemente dispuesta a la meditación. Una mente que no obstaculiza –por el contrario, potencia– la experiencia del amor. [En este episodio de Yogaverso profundizamos en esa práctica, también conocida como Brahmavihāras, o moradas sublimes].
En el episodio de Lama Rinchen hay un consejo muy bello: aprovecha el amor más bello que conozcas como una chispa, una brasa pequeña que puedes soplar, avivar, hasta que eventualmente ames todo lo que es. Que el amor a un hijo, a la pareja, a un amigo, al hermano, a los papás, sea el fractal que te enseñe a amar sin condiciones a lo que aparezca en tu consciencia. Empieza de lo íntimo a lo cósmico.
Amar ecuánimemente. Parece que ese es el regalo del amor. Amar desde antes de nacer, amar después de morir. Suena hermoso. Pero reconozco que siempre he visto con algo de cinismo la posibilidad de ser ecuánime. Me imagino a mí mismo amando incondicionalmente y siento que el mundo me va a apachurrar por ingenuo. ¿No es útil un poco de recelo, de desconfianza, de prevención? En Colombia decimos “el vivo vive del bobo”, una expresión que alerta al incauto de las ambiciones del astuto. Es una expresión caníbal, sabiduría popular de un país en guerra. Y quizás es por eso, porque crecí en un mundo donde esa es la manera de relacionarnos, que me cuesta tanto desinstalarla de mi sistema.
Es difícil amar así, es difícil amar aquí. Pero al menos sé que hay una alternativa, un amor sabio y simple que vive en mi casa, que llevo a diario al colegio, que me pide historias, que me mira como nadie me ha mirado, que se contenta con mi presencia aunque cree que puedo todo. El amor de una niña que me busca para conocer el mundo, que se ríe cuando le digo el nombres de cosas nuevas, que repite gestos y expresiones mías de las que ni yo era consciente. Vivo con alguien que me ama desde siempre. ¿No es ese el amor de dios?
Nuevo episodio
El episodio que publiqué la semana pasada también gira alrededor de la libertad y la consciencia de las palabras. Carlos Manuel es uno de los escritores y periodistas latinoamericanos que más admiro. Es un hombre que va al fondo, que contiene el caos y lo sabe contar. Les recomiendo mucho esta conversación y su trabajo.
Esta semana no publicaré episodio. Vuelvo con la frecuencia habitual la semana entrante.
Una canción
La que sonó en aleatorio mientras escribía el último párrafo…
Anoche este newsletter llegó a 3,000 personas suscritas. Gracias por ser una de ellas. ¿Cómo celebramos?
Un abrazo.
Jorge
Que hermosura! Gracias por compartirlo Jorge. Avi es un ser angelical! Sus palabras expresan ese amor puro: un amor que simplemente ES...no se puede explicar, no hay razones para amar, no se puede explicar. Es un amor sin condiciones.
Qué texto tan bello y claro. Impresionante además ese poema de Rilke.